A pesar de las pruebas físicas que muchos han encontrado, los estados de todo el mundo niegan a cabal la existencia de los gigantes. Sin embargo, gente común, especialistas, investigadores científicos y los que formamos parte de Octavario, somos testigos oculares de su existencia, y quien sabe, puede que sigan aquí.
El Padre Juan de Velasco, en sus obras habla de la historia de Quito y Ecuador donde trata sobre gigantes; después de haber escrito sus obras, y pedir permiso para su publicación, en 1767, sorpresivamente los miembros de la Compañía de Jesús de Quito fueron notificados con la decisión del rey de España de expulsarlos de todos sus dominios. Inmediatamente, el padre Juan de Velasco, junto a todos sus compañeros, abandonaron para siempre nuestro territorio.
Aquí un fragmento de sus escritos:
Historia del Reino de Quito: Historia Natural.
Por el Padre Juan de Velasco.
1 Los gigantes americanos han sido no pocas veces materia de risa para los incrédulos principalmente filósofos. No han podido negar la real existencia de sus cadáveres; pero a pesar de la evidencia han querido bautizarlos con los grandiosos nombres de hipopótamos, de elefantes y de manmoutes. No obstante, yo me atrevo a asegurar que los hubo, sin el mínimo recelo de la más crítica censura. La común y constante tradición de los Indianos de toda la costa occidental de América, comprobada y confirmada con los físicos ineluctables argumentos que hay, hacen una humana fe indubitable y cierta. De manera, que si se duda si hubo en la América gigantes, debe igualmente dudarse si hubo otros hombres de regular estatura.
2 Que al tiempo de la conquista se hubiesen hallado por varias partes las mismas tradiciones, lo aseguran casi todos los historiadores antiguos; que permanezcan hasta ahora esas mismas tradiciones, lo aseguro yo, por lo tocante al Reino de Quito, donde se conoce que hubo mayor número que en otras partes. Son aquellas tradiciones tan circunstanciadas y uniformes, que hacen un compendio completo del arribo a esas costas, del modo de vivir y de vestirse, de sus alimentos, de sus usos y costumbres, de sus obras y fábricas y finalmente de su vida y de su muerte, según largamente refieren Niza, Chieca de León, Bravo Saravia, Montenegro, Acosta y diversos otros.
3 Los físicos argumentos, que verifican y confirman esas tradiciones, son de dos especies. La 1a. es, haberse hallado en diversas partes, desde la conquista hasta estos últimos tiempos los cadáveres de ellos, no con separada osamenta y cráneos sueltos, que pudiesen causar duda y atribuirse a otros animales, sino los esqueletos enteros, sin faltarles cosa alguna, no ya sepultados naturalmente bajo la tierra, como se hallan los huesos de las bestias, sino en sepulcros hechos muy a propósito para ese fin; no ya dos o tres individuos, que puedan atribuirse a casual esfuerzo de la naturaleza en la misma raza común, sino tantos en número que correspondan a las tradiciones de que formaban una nación y tenían su especie de reinado; no finalmente de estatura como quiera irregular o notablemente mayor que la común, según son los Patagones en la misma América, sino tan desmedida que parecen todavía mayores que todos aquellos de que hace mención la Escritura Sagrada.
4 Chieca de León asegura, que según todas las tradiciones que él mismo examinó y halló concordes apenas llegaban los otros Indianos a la rodilla de ésos.1 (a) Acosta, por la medida hecha en los mismos esqueletos, dice, que precisamente habían de ser aquellos gigantes más que tres tantos mayores que los Indianos de ahora; y esto es lo que puntualmente corresponde a todas las tradiciones,2 (b) Las estatuas de piedra hechas por ellos, (representando sus personas o las de sus mayores, lo cual no se sabe) las cuales dice Gomara que halló el conquistador Francisco Pizarro en Puerto Viejo,3 (a) tenían la medida de algo más de ocho varas, que es la que corresponde a todos los esqueletos hallados en los sepulcros de la Provincia de Guayaquil. Los esqueletos, que el mismo Gomara refiere que se hallaron diez años después en la cercanía de Trujillo, correspondían al mismo tamaño, siendo cada diente tres dedos gruesos, y cuatro de largo. Los otros esqueletos hallados en sepulcros huecos hechos de piedra en la misma Provincia en posteriores tiempos y muchos más hacia la Punta de Sta. Elena, jamás han faltado de la misma medida, esto es, de 8 palmos las canillas, y la correspondencia de 8 varas en todo el cuerpo. Sobre todo, voy a referir aquello de que yo soy ocular testigo.
5 Se fabricaba una casa nueva el año de 1735 en la capital de la Provincia de Riobamba, no muy distante de la bajada que hace al río, en un sitio espacioso, que desde la fundación se había mantenido sólo cerrado con paredes. Hallándose la nueva fábrica, por todo el lado de la calle, en la altura de diez a doce palmos, dieron los albañiles, haciendo sus fosas en la parte de atrás en un grandísimo sepulcro de muy remota antigüedad. Tardó toda la gente algunos días en ir sacando la osamenta, que se reputó de más de cuatro mil cuerpos de los gentiles Indianos, que debieron de morir en alguna guerra de las que mantenía siempre la nación de los Purhuayes, con las de las costas del mar. Entre aquellos esqueletos, se descubrió uno todo entero, cuyas canillas tenían las dos varas cumplidas, y cuyo cuerpo todo fue reputado en más de 32 palmos o más de 8 varas.
6 Todos los cráneos que estaban enteros, los fueron colocando los fabricadores sobre las nuevas paredes, en distintas hileras, poniendo en la mitad la gran calavera del gigante, cuyas cavidades de los ojos tenían un palmo de diámetro y los dientes gruesos como tres dedos. Fueron testigos de este espectáculo todos los habitantes de Riobamba, esto es, más de 18 mil personas, por algunos días. Se observó que los Indianos andaban por allí de noche y en cuadrillas, aun venidas de fuera con la noticia, llorando la memoria de sus antepasados; y fue por eso toda la osamenta quemada de orden del Corregidor. No es de creer, digo yo ahora a los señores filósofos, que aquellos cuatro mil Indianos, que fueron a hacer guerra a los Purhuayes, llevasen por Capitán un manmout o algún monstruo marino bípedo, como era este gigante, ni tampoco el que tantos millares de personas de todas clases se engañasen en conocer lo que son los esqueletos de los cuerpos humanos.
7 La 2a. especie de argumento físico, son las mismas obras de los gigantes. Las casas que comenzaron a fabricar de piedra cerca de Manta, correspondían en la altura de las paredes y puertas a la de sus cuerpos: las habitaciones, que antes de pasar allá tuvieron en la Punta de Sta. Elena, eran sólo hechas de prestado, parte de tierra y parte de cuevas cavadas en peña viva. todas en la correspondiente altura a sus disformes cuerpos, cuyos vestigios se conservan y muestran todavía. Las estatuas perfectísimas que allí labraron de la misma piedra, al formar las cuevas, fueron halladas dentro de ellas por Pizarro, como queda dicho, las cuales tenían 8 varas de altura, unas desnudas, otras con vestidura talar y otras con mitras e insignias sacerdotales. Los grandes pozos, que allí mismo hicieron, por no haber hallado agua dulce, fueron sus primeras obras, y sólo dignas de ellos. El P. Acosta hace memoria de uno solo, y ése, como no lo vio, lo describe mal, diciendo que era hecho de piedras y de gran valor. No eran sino varios y hechos todos de una sola piedra en una sola peña viva toda de una pieza. Esta la cavaron hasta una inmensa profundidad, donde hallaron riquísima agua, y adornaron las bocas con brocales sobresalientes perfectamente labrados, los cuales los describe mejor Chieca, y permanecen hasta el día presente con el nombre de los pozos de los gigantes.
Para mas información: http://www.efemerides.ec/1/enero/gigantes.htm
